jueves, 16 de enero de 2014

LAS RABIETAS


1.       ¿QUÉ SON?

       Las  rabietas son episodios en los que los  niños empiezan a  llorar  de forma más o menos descontrolada, emiten gritos, patalean, etc.. Son la manifestación de ira o frustración a situaciones que el niño no es capaz de controlar. Aparecen alrededor del año (puede ser unos meses antes) y son más frecuentes entre los 2 y 4 años, etapa en la que empiezan a desarrollar su propia independencia y ya no aceptan tan fácilmente el control que ejercen los demás sobre su vida o los límites que les imponen los padres. Cuando son un poco más mayores, lo hacen como una forma de desafiar la autoridad y demostrar su propia personalidad.

    
2.      ¿QUÉ HACER?

      Mientras dura la rabieta es una situación bastante estresante tanto para el niño como para los padres, y es totalmente inútil intentar convencerlos de algo en ese momento. Lo mejor es esperar que se les pase el berrinche sin rechazarlos y luego dar explicaciones. Dejarles su espacio hasta que se le pase, pero que no se sientan ignorados.
       Si no se logra controlar la rabieta, y la situación lo permite, se puede adoptar una actitud de indiferencia y hacer como que se ignora la conducta del niño, para lo cual no debe manifestarse enfado, ni deben hacerse promesas o proferir amenazas. Porque el niño, con la rabieta, pretende llamar la atención y si hacemos todo eso, aunque no consiga aquello que motivó el berrinche, de algún modo habrá salido ganando y, sin querer, podemos reforzar ese comportamiento o sea le "enseñaremos" a tener más rabietas.
       Si la "escena" ocurre en un sitio público, hay que procurar llevarlo a un sitio tranquilo y si fuera necesario contenerle físicamente porque presente una actitud violenta, procurar sujetarle pero sin hablarle ni mirarle.
      Es muy importante perseverar en la decisión adoptada hasta el final, hasta sus últimas consecuencias. Por ejemplo, si se ha decidido que aquello que el niño pide es inadecuado, los padres se mantendrán firmes en su decisión con independencia de las respuestas del niño.
       No tratéis de razonar con vuestro hijo. Simplemente decidle: "Veo que estás muy enfadado, te dejaré solo hasta que te calmes”. Dejad que el niño recupere el control. Después de la rabieta, asumid una actitud amistosa y tratad de normalizar las cosas. Podéis prevenir algunas de estas rabietas diciendo "No" con menos frecuencia.
      A veces es difícil, pero se debe crear un clima de tranquilidad en torno a la situación, es decir, mantener la calma y el control. No regañar, ni gritar al niño porque, además de no solucionar nada, genera más inseguridad y constituye un mal ejemplo. Evitad pegarle porque esto indica al niño que has perdido el control. Tampoco hay que intentar razonar con el niño, porque en ese momento no nos escuchará. El niño no debe percibir que su conducta altera a sus padres, que les incomoda, que existe una discordancia entre lo que sienten y lo que dicen. No podemos enfadarnos y, gritando, aclararle: “¡no me importa cómo te pongas, así no vas a conseguir nada!”; porque estamos mostrando que “algo” sí ha conseguido.
      Por supuesto, no debe concedérsele lo que quería, para no reforzar su conducta, como tampoco conviene ofrecer premios o recompensas para que abandone su rabieta.
      Para las rabietas de tipo perturbador o destructivo, utilizad suspensiones temporales. Algunas veces las rabietas son demasiado perturbadoras o agresivas para que los padres las pasen por alto: Se cuelga de nosotros, nos pega, tiene una rabieta en un lugar público, rompe cosas... Sujetad al niño cuando tenga rabietas en las que podría causar daño o lastimarse.
      Una vez que se ha pasado el berrinche, no se le debe castigar ni gritar, sino darle seguridad y afecto, pero sin mimarle en exceso ni darle ningún tipo de premio, explicándole lo inadecuado de su comportamiento. Tampoco se debe hablar  de la rabieta una vez terminada. Si se hacen comentarios del tipo “y a ver si hoy no montas el número en el supermercado”, lo único que hacen es animarle. Y los comentarios posteriores sólo sirven para que el niño se dé cuenta de hasta que punto os ha afectado su conducta.

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